Inmersión en el neonoir urbano
Ciudad de asfalto, dirigida por Jean-Stéphane Sauvaire, es una obra que se adentra con intensidad en el subgénero neonoir urbano. A través de la mirada de un par de sanitarios, interpretados por el siempre entregado Sean Penn y el talentoso Tye Sheridan, se despliega una narrativa visual cruda y visceral. Desde el comienzo, la película se acerca al documental, ofreciendo un recorrido implacable por la cara más oscura de Nueva York. Este enfoque permite que nos sumerjamos en un remolino de experiencias emocionales y sensoriales, llevándonos de la mano de sus protagonistas desde la angustia del novato hasta la sabiduría del veterano.
Inspiración y comparaciones inevitables
La segunda mitad de Ciudad de asfalto me evocó las icónicas colaboraciones de Martin Scorsese y Paul Schrader. Retomando la evolución emocional de sus personajes, la película busca trazar una línea sobre la pérdida de la gracia y el anhelo de redención. No obstante, a pesar de sus esfuerzos, Sauvaire no logra alcanzar el nivel de profundidad y sutileza religiosa que estos maestros imprimen en sus obras. A veces, la narrativa parece tambalearse hacia una exageración maniquea, perdiendo la riqueza que podría haber alcanzado con un poco más de mesura en su desarrollo temático.
Retratos y riesgos sensoriales
Sin embargo, no todo son sombras en Ciudad de asfalto. Lo que realmente resalta es su capacidad para capturar el estrés y el frenesí de la ciudad que nunca duerme. Esta representación sensorial del caos urbano es su mayor logro, convirtiendo la pantalla en un torrente de imágenes que hacen justicia al vértigo propio de su entorno. El elenco, que incluye nombres como Mike Tyson y Katherine Waterston, complementa magníficamente a los protagonistas, aunque a veces la película se inclina por un sensacionalismo que camufla una coartada autoral, restándole naturalidad al conjunto.