Un viaje emocional
Nunca olvidaré la profunda impresión que 'Polvo serán' dejó en mí. Justo antes de verla en la Seminci, recibí la triste noticia del fallecimiento de un conocido, lo que tal vez intensificó mi experiencia. La película, dirigida por Carlos Marqués-Marcet, nos adentra en el final de un viaje doble: uno forzado por la inevitable partida y otro por el amor incondicional hacia una persona en sus últimos días. Aunque la historia no es nueva en la literatura y el cine, destaca poderosamente a través de sus elementos coreográficos y musicales, que fueron magistralmente manejados por la compañía de danza barcelonesa La Veronal.
La magia de la danza y la música
La originalidad de 'Polvo serán' radica en la forma en que utiliza la danza y la música para expresar lo que las palabras no pueden. Las actuaciones coreográficas brindan una profundidad emocional que toca al espectador, permitiéndole sentir lo que la protagonista no logra transmitir verbalmente. Es una apuesta arriesgada que, a mi parecer, logra un impacto significativo.
Interpretaciones memorables
Las actuaciones de Ángela Molina y Alfredo Castro son esenciales para el éxito de esta película. Su química y talento hacen sospechar que su presencia será notable en la próxima temporada de premios. Por otro lado, Mónica Almirall debuta en la gran pantalla de una manera impresionante. Su monólogo en una escena crucial, como la de la 'boda', es simplemente conmovedor y pronostico que pronto será una figura recurrente en el cine.
Una experiencia que debe vivirse en salas de cine
Recomiendo encarecidamente presenciar 'Polvo serán' en salas de cine. La magnitud de su música original, compuesta por María Arnal, y las impactantes coreografías, se pierden considerablemente en la pequeña pantalla. La calidad audiovisual de esta obra maestra hace que sea imprescindible experimentarla en el ambiente adecuado para su apreciación completa.